lunes, 1 de junio de 2015

Historias del Reino del Ángel Caído #1

El Ángel Caído
Lo extraño, yendo casi semanalmente, es que no tuviera muchas anécdotas del lugar. Y aunque adornadas, todas ellas forman parte de esos rincones de la Historia que nunca, o casi nunca, salen en los libros.

Ave Satanis
Hace mucho, mucho tiempo, trabajaba yo de noche en un lugar cercano y las mañanas en las que me tocaba librar, lo normal es que no volviera a casa de inmediato y aprovechase un ratito, sin turistas y sin apenas público, para hacer algunas fotos por el parque. 

En una de ésas, un fulano, bien vestido, amable y simpático, se acercó hasta donde había plantado yo el trípode y se sorprendió que estuviera eligiendo un filtro de color para hacer la fotografía.

-¿Te gusta?
-¿La fotografía?. me encanta.
El tipo se echó a reír.
-La estatua.
-Tiene su aquél. 
-Sí, se puede decir eso. ¿Cómo vas a hacer la foto?
-Pues... hoy, desde aquí. Le da mejor la luz.
El tipo arqueó las cejas.
-¿Has hecho más?

Por aquel entonces llevaba yo un pequeño álbum con algunas de las que yo consideraba mis mejores instantáneas y le mostré este contraluz. El hombre suspiró y, sin pedir permiso, extrajo la foto del álbum, murmuró  dos veces "Ave Satanis", tiró el cuadernillo de fotos al suelo y se marchó sin más, dejándome allí, a solas con la estatua.

Estatua ornamental del conjunto escultórico dedicado a Alfonso XII
Mañana del 24 de diciembre de 2002
Sirena en Nochebuena
La mañana de nochebuena de 2002 salió espléndida, fría y soleada. Llamé a casa y dije que llegaría para comer. 

Tenía el Retiro para mí solo. Si un día normal a las ocho y media de la mañana había "cuatro gatos" y media docena de guiris, un 24 de diciembre el número podría reducirse a una décima parte... ¡Bingo! Sólo me encontré con tres inmigrantes subsaharianos que parloteaban en el entorno del monumento a Alfonso XII, una patrulla de somnolientos policías nacionales y una muchacha que tenía pinta de hacer lo mismo que yo, volver a casa después de una noche de trabajo... aunque por la ropa (la poca que se veía por debajo del abrigo) y por la forma de mirar, su trabajo debía ser más duro que el mío, con diferencia.

La patrulla de policía remoloneó un rato y al poco, se marchó, momento en el que uno de los subsaharianos aprovechó para decirle algo a la chica (en francés africano creí entender), coreado por las risas de sus compatriotas. 

La misma foto, doce años después, a finales del verano.
Los otros dos se fueron animando y uno de ellos hizo amago de venir hacia la escalinata donde estábamos ella y yo (cada una en un sitio distinto) y como el que no quiere la cosa, ella se sentó a fumar al lado de donde yo estaba tratando de buscar un encuadre.

Eso pareció achantar un poco a los foráneos, pero al poco el más "echao p'alante" volvió a la carga.
-¿Quieres que llame a los policías?

La chica me miró y frunció el ceño.
-No. No tengo papeles. 

Su acento era del Este, aunque no tenía pinta de ser eslava,
-Vamos, te invito a un café.
Ni idea de por qué aquel impulso, pero me pareció una buena solución para salir de allí sin la intervención de la policía.

Nos fuimos a Príncipe de Vergara sin apenas cruzar una palabra. 
Sólo se presentó cuando probó un par de sorbos de café -solo y sin azúcar, de eso me acuerdo- y aunque no me contó nada de lo que hacía, no era necesario echarle mucha imaginación... 

Elena, Eslovena de origen aunque de familia medio italiana.

También le gustaba hacer fotos, o eso aseguraba. Nos tomamos dos cafés (uno de ellos con tostadas) y se empecinó en pagar a medias. 

Me dio las gracias y su número de teléfono... nunca la llamé.

Otro día, más.

2 comentarios:

  1. Cuántas anécdotas, Julián .Contenta de seguir tu blog. Sigue escribiendo que es una magnífica terapia para ti y l@s que te leemos ;-)

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