lunes, 8 de junio de 2015

Historias del Chumino Revirgado #2 o por qué Sálvame debería llamarse Ejecútame


Uno se imagina la escena y es que casi cuadra.


A la izquierda, invariablemente a la izquierda, Jorge Javier Vázquez, casaca azul impoluta, charretera de oro que duele al mirarla cuando le da el sol, inhiesto el rictus y bien apretado el paquete en las calzas de lana blanco purísimo, sable en alto, paciente a que el representante de turno, que ejerce de monje franciscano, le pregunta por última vez al invitado/condenado (condenada en este caso) si quiere cambiar sus últimas voluntades.

Un poco más allá de la punta de ese sable en el que el ciego sol se estrella como una llaga de luz que flamea a cada pequeño movimiento, los cuatro granaderos, lastrados bajo el peso de la mochila y el calor que da el morrión de piel de oso, no parecen tan pacientes como el capitán que debe dar la orden de fuego graneado. El dedo del gatillo pica y las bolas de plomo tienen prisa por salir, porque, a diferencia de los fusilamientos de la vida real, demasiado rápidos, un disparo y "Adieu, Matieu", en éste te da tiempo a recargar el mosquete una y otra vez... y recargar rápido, porque igual el de al lado dispara la pregunta que tú acabas de meter en el caño del fusil y te afanas en atacar con la varilla, pendiente de que tu oficial te dirija esa mirada "serena" que se le pone cuando la carnicería es de su agrado... o sea, de audiencia. 

El Franciscano representante se marcha y el Director del Circo da la voz de atención. El sable se levanta un poco más y en las calzas de impoluto blanco se alza el otro sable (porque ya se sabe que la audiencia está lista para ver el espectáculo de balas y sangre y eso le alegra el sable al que dirige el pelotón de fusilamiento).

Los Martilletes de los mosquetes se levantan con un sordo "clack" mientras el regidor anima al público a aplaudir hasta que se le atrofien las manos). 

Feu!

Tras la escopetada inicial, la condenada parece haber encajado bien los tiros, pero después de la tercera salva se tambalea, aunque no mucho. 
Se pierde el orden y el concierto, las balas salen ya hacia puntos distantes al trapo que simula el corazón (aunque esta vez el trapo, se supone, más que el corazón, cubre el coño recompuesto de la "artista") y como la compostura de la condenada parece dura de romper, los granaderos tiran los mosquetes al suelo y pasan a disparar con artillería de 40 libras. La carnicería proseguirá mientras el público ría en el plató, el índice de audiencia siga en los alrededores de  "to quisqui" y el sable del oficial (el que no se ve pero se adivina bajo la blanquísima calza de lana) siga en alto.