Estos días de atrás publiqué un artículo sobre
la nueva moda de que el móvil nos busque ligues y para asegurarme de que la cosa no era un camelo, instalé la aplicación Tinder y la investigué un poco... pero sólo un poco, porque las cosas se pueden torcer demasiado por una simple curiosidad y encargué la investigación a un viejo conocido, soltero recalcitrante, para que le echara un ojo al tema y que al cabo de una semana o diez días quedáramos y me contase las impresiones que hubiese sacado sobre el particular.
La aplicación en cuestión a mí no me convenció en absoluto (como todo en esta vida -menos el sexo y poco más- si no pagas, no te enteras de la mitad de la fiesta) pero él sí que decidió echarle unos céntimos al asunto y ha conocido a un par de mozas de nuestra edad, ha chateado con ellas y como la práctica hace al Maestro, quedó con una de ellas y ha iniciado una relación de las que, entre nosotros, conocemos como "de primeros auxilios".
No, no penséis que se trata de un invento machista de que se llama a la prójima cuando aprieta la calor, o cuando canta la calandria y responde el ruiseñor. De hecho, suele ser al contrario... o al menos solía serlo cuando ambos teníamos la condición de soltería y podía (yo) tener este tipo de socorro espiritual y corporal.
Es más, conocimos a una chica que estaba en la pandilla de cañas y jugar a los dardos (ella y yo hacíamos "pareja de desecho" en algunas competiciones del pub) y que solía escoger a días a uno o al otro a su libre y total albedrío y sin malos rollos porque hasta bastante tiempo después de que la pandilla se deshiciese tanto Álex como yo éramos ignorantes de que la cama de esta mujer la visitábamos ambos casi con la misma frecuencia pero en distintas fechas.
Álex (dejémoslo en Álex a secas) era, al principio de nuestras escapadas a la capital, el tío que solía acaparar el papel de follamigo* y yo, por contra, el de pagafantas (¿a que me pega?).
Luego ese papel, sin saber muy bien cuándo ni cómo, cambió como cambia el viento en una tarde otoñal y Álex se convirtió en el retraído que se dejaba arrastrar y yo comencé a tomar conciencia de que estar en la cama con una chica era para algo más que hacer tiempo para que abriesen las churrerías o el Metro.
Álex solía decir que fue una etapa en la que estaba cansado de moverse impulsado por "penergía" y que estaba buscando a una chica que le valorase por algo más que por la destreza en el manejo de la aguja de hacer ganchillo. (De hecho, él sigue haciendo ganchillo y dando clases de punto de cruz mientras que para mí hacer encaje de bolillos es poner un número en negro y no en rojo el día 9 de cada mes).
La tarde ha dado mucho de sí y hemos teorizado sobre cómo empieza esto del "
follamigo*", aunque hemos convenido al final que cada caso es diferente, porque si cada uno somos distinto al resto del mundo (menos los hombres, que somos todos iguales), cuando se trata de relacionar dos "unos", las posibilidades de coincidencia con otros casos se reducen a la mitad de nada y hemos ilustrado con un par de ejemplos cómo la amistad puede acabar siendo un asalto militar en toda regla, aunque sea con munición de fogueo.
En el caso del que hablaba antes de la chica que usaba de ambos, el paso se dio por compartir un botellín a morro. Estábamos un tanto piripis a esas horas y bastó una frase tonta sobre las propiedades poco satisfactorias de compartir saliva a través del vidrio para que pasáramos al intercambio directo y como el calor apretaba por dentro, nos dimos un tiento "serio" en el almacén del pub donde jugábamos a los dardos y ya en sucesivas ocasiones, como ambos nos sentimos cómodos en la situación, no nos importó repetir, pasando del tiento al tentadero, con muletas y banderillas.
Para Álex y la misma protagonista la excusa fue más tradicional: se pasaron tres cuartos de noche de conversación sobre sexo en su portal -de ella, que vivía sola- y acabaron haciendo clases prácticas sobre la teoría.
Tengo un par de casos más sobre el particular, pero los voy a dejar para otra ocasión, si el tema es de interés.
*tómese follamigo como término asexual -sólo en términos gramaticales- que se refiere tanto a hombres como a mujeres.