Aunque lo parezca, esta anécdota no sucedió en La Rosaleda del Retiro.
En este parque, al ser tan grande y "universalmente" conocido, puedes encontrarte con cualquier cosa y si lo frecuentas, la casuística de anécdotas aumenta exponencialmente.
Una de las más curiosas anécdotas fue, mientras que trataba de fotografiar ardillas cerca del Lago del Palacio de Cristal.
Por aquel entonces tenía una cámara (dos) réflex de 35 milímetros y te pensabas muy mucho lo de pulsar el botón, en este caso el del mano a distancia .
En esto, una mujer, una señora mayor, se acercó donde yo estaba y me preguntó, así, de sopetón:
-¿Has estudiado latín?
-Sí, algo.
Estuve a punto de soltar que siete años de Seminario Diocesano me contemplan, pero decidí guardarme esa carta.
-¿Y sabrías recordar la primera declinación?
-Rosa, Rosa, Rosam, Rosæ, Rosæ, Rosa. Rosæ, Rosæ, Rosas, Rosarum, Rosis, Rosis.
Me hizo repetirlo como seis o siete veces, hasta que ella lo recitó así, tal cual.
-¿Necesita algo más de latín?
-No, muchas gracias, hijo. Es que la profesora va a preguntar y se me había olvidado estudiar.
No le pregunté qué estaba estudiando o por qué lo hacía, pero me alegró el saber que una persona, por mayor que sea, puede no conformarse con lo que ya trae de equipaje y quiera ir más allá.
Cazadora de Almas.
Normalmente no te das cuenta de estas cosas... a menos que tú estés haciendo lo mismo.
Y allí estaba ella, cámara en mano, mirando, observando... acechando.
Delante de un lago lleno de patos y turistas de todo pelaje, si no estás haciendo fotos es porque tramas algo.
Intenté seguir su mirada. Vagaba de un personaje a otro, de un lado del lago al otro, buscando algo... lo mismo que yo: una víctima.
Aproveché que durante un momento se centró en un ruidoso grupo de adolescentes italianas que trataban de hacerse un "selfie" masivo para hacerle una instantánea y cuando miraba yo los resultados de la misma y las posibilidades de convertirla en una foto medianamente interesante, noté que ella miraba hacia donde yo estaba y bajaba la cámara.
Sonreía. Era a mí. En ese momento estaba seguro de ello y la confirmación fue que levanté a medias la cámara, como mostrándole la pantalla.
Asintió con la cabeza y volvió a sonreír. Desconozco si mi imagen ha dio a parar a una galería de fotos de alguien, pero desde luego, os aseguro que ésta es una de las fotos "a traición" de la que más orgulloso me siento (la de Paquirrín no cuenta).