Hoy, novedad. Voy a contar un cuento:
“Nos dijimos adiós / pasaron los años / volvimos a vernos / una noche de sábado...” (Cómo hablar – Amaral)
“Nos dijimos adiós / pasaron los años / volvimos a vernos / una noche de sábado...” (Cómo hablar – Amaral)
Reconozco que aquello me hizo gracia. Justo cuando detenía el coche en la Plaza (una de esas escasas veces que se te aparece la virgen a la hora de aparcar en Cáceres), empezaba a sonar la cancioncita de marras y se me coló un pensamiento acerca de la coincidencia de situaciones. Hacía años que no la veía. Concretamente catorce. Y ese día de septiembre del año 2001, sábado para más señas y a las nueve de la noche, estaba tan nervioso como aquel día en que quedamos a solas por primera vez, en aquel mismo escenario.
Nuestra historia fue breve, tanto como un verano escolar y el olvido, largo. Tanto como catorce años y algunos días.
En todo ese tiempo apenas tuvimos un breve contacto visual, unos minutos en un hospital de Madrid. El resto, dos o tres referencias a través de terceros. Ella tenía una nueva familia y no era cuestión de recordarle lo sucedido aquel tierno verano adolescente.
“Otro país, otra ciudad, otra vida / pero la misma mirada felina...”
Lola, la culpable de que el morbo por verla se saliera de todas las tablas y medidas conocidas, me la había estado vendiendo durante los últimos días como si estuviera en Rebajas. Lo que no sabía es que a mí también me habían vendido como a una camiseta de la temporada anterior.
¿La reconocería? Estaba convencido de que sí. Y allí estaba, en la “Dehesa de Santa María”, sentada en una mesita de la terraza, con un vaso de coca-cola delante y rodeada por dos de sus hermanas, las mellizas y las parejas respectivas de éstas.
Educadamente, nos dimos los dos besos de rigor, me presentaron a los dos muchachotes que ejercían de novios de las mellizas y me senté con ellos. Lo cierto es que el que estuvieran allí las hermanas me descolocó un poco, pero decidí aguantar y ser una persona educada.
La oportunidad de charlar a solas se nos presentó cuando las mellizas y sus muchachotes decidieron ir a bailar a la Madrila y no cabíamos todos en el mismo coche.
“A veces te mataría / otras en cambio te quiero comer”
Fue ella la que sacó el tema de su fracasado matrimonio y el de la ruptura de aquel romance de juventud.
-Fuiste muy maduro. No todos a los que su novia le deja por otra chica reaccionan con la misma serenidad que demostraste.
-¿qué querías que hiciera? Además, la procesión fue por dentro. Me dejaste... me dejasteis bien jodido Lola y tú.
-Yo... bueno, lo sentí mucho... pero mira... la vida da tantas vueltas...
-Ya. Tú, casada y divorciada y Lola, a punto de pasar por la vicaría.
Nueva tanda de besos y una hora después, menos de una hora después, compartíamos cama en mi casa.
La que más satisfecha parecía con aquella situación era Lola, que se había imaginado perfectamente dónde estábamos y lo que habíamos estado haciendo, ya que se presentó en casa por la mañana, cargada de churros. ¿Acaso le remordería la conciencia por lo sucedido catorce años atrás?; lo dudo, porque Lola también sabía que aquello duraría lo que tardase en llegar el exmarido.
No porque Ella estuviera enamorada de él, que nunca lo estuvo, ni porque él quisiera volver con ella, sino porque harían el paripé de familia feliz y bien avenida delante de todo el mundo en la boda de Lola y que a mí esa situación no me iba a gustar un pelo... y menos si, como había pasado la noche anterior y pasaría en las dos noches siguientes, terminábamos la jornada en la misma cama.
El caso es que Lola acertó. Cuando planteé a mi recuperado amor de adolescencia si le parecía bien que en la boda estuviéramos juntos, ella me soltó lo que pensaban hacer. Me dijo que no querían que la abuela de ella se llevase el disgusto de su vida, ya que no sabía que se habían separado y divorciado hacía ya dos años y la buena mujer, a la que no le quedaba mucho tiempo, no perdía la esperanza de ver un biznieto entre sus brazos.
El disgusto, por supuesto, me lo llevé yo. Discutimos. Y hay cosas por las que uno pasa, pero la hipocresía y el aparentar lo que no se es...
No volví a verla hasta el momento de la boda, en una bonita iglesia de la parte antigua de Cáceres. En el banquete posterior me tocó en la misma mesa que la abuela, ya que ambos guardamos parentesco con Lola.
-Me da mucha pena mi nieta- me confesó la mujer mientras ella y su “marido de ocasión” salían a bailar.
-¿Por qué? Está casada, es feliz, tiene un buen trabajo...
La buena señora Encarna me miró de arriba abajo, como si yo fuera tonto.
-¿Pero tú también te has creído ese cuento? Mira, esos dos no se quieren. Nunca se han querido... y hace ya dos años que se divorciaron. Es una lástima. Casi hubiera preferido que mi nieta hubiese andado con mujeres que con ese cencerro... con mujeres o contigo, como esta semana pasada.
Por supuesto, las confesiones de la abuela Encarna me dejaron totalmente “offside”. ¿Qué pensaría “la nieta” cando se enterase de que la abuela lo sabía todo?
Al día siguiente de la boda volvimos a vernos, le expliqué el suceso, que ya no cabía el disimulo, nos reconciliamos y nos estuvimos viendo durante un mes largo, hasta que nuestras vidas nos reclamaron lejos de Cáceres.
¿Tendrán que pasar de nuevo catorce años para que se vuelvan cruzar nuestros caminos?
“... la guerra ha acabado / pero las hogueras no se han apagado aún...”
(Cómo hablar - Amaral)
Me ha encantado el relato. Muy bueno.
ResponderEliminarMuchas gracias, Jorge!!
EliminarMe ha encantado esta historia, continúa deleitándonos con relatos como éste. Graciassssss
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